El día que perdí mi I-95 (y casi pierdo la poca cordura que me quedaba)
Hay momentos a bordo en los que el universo decide darte una lección. No una de esas lecciones filosóficas sobre la vida, sino una lección administrativa, legal y de puro pánico que te marca para siempre. Hoy te cuento el día que quise desaparecer del barco y del mundo: el día que perdí mi I-95.
Desde que subí por primera vez, escuché mil advertencias sobre este papelito. "Ahí va el I-95, no lo pierdas", "es tu vida fuera del barco", "cuídalo como si fuera una extremidad de tu cuerpo". Pero, como todo en la vida, hasta que no te pasa, no le das la importancia real.
¿Qué diablos es el I-95?
Imaginate un papel casi transparente, pequeño, frágil. Parece un ticket de tren de los que usaban nuestros abuelos. No tiene foto, apenas tu nombre, un código y unos sellos borrosos. Pero este papelito es tu identidad fuera del barco. Tu pasaporte lo retiene la naviera; esto es tu salvoconducto legal en puerto.
El proceso (y por qué es tan serio):
Al subir, te entrevista un oficial de U.S. Customs and Border Protection (CBP). Te hace preguntas breves, pero en realidad está buscando jumpers: personas que pretenden usar el trabajo para huir del barco en un puerto estadounidense. Si el oficial confía en que venís a trabajar honestamente, te da el I-95.
¿Por qué es una pesadilla perderlo?
Multa: Mínimo 1 dólar por cada día del año fiscal (sí, 365 dólares).
Proceso disciplinario: Otra entrevista tensa con el CBP para explicar tu "ineptitud".
Marca migratoria: Puede manchar tu historial con EE.UU. y complicar visas futuras.
Estrés infinito: Hasta que se resuelva, no dormirás tranquilo.
Todo por un papel que parece diseñado para perderse.
El día perfecto que se convirtió en pesadilla:
Estábamos en St. Thomas, Islas Vírgenes Estadounidenses. Un día de ensueño en Morning Star Beach: ron, beach volley, amigos, sol caribeño, agua turquesa... esa sensación de "¿en serio me pagan por esto?".
Demasiado perfecto. Ahí vino el error.
Con tiempo libre aún, nos metimos en un bar con piscina. Risas, otro trago, la alegría se expandía... hasta que miré el reloj: faltaban CUATRO minutos para el All Aboard para tripulantes. (Eso del All Aboard da para otra entrada, pero básicamente: si llegás tarde, tenés que explicártelo al capitán. Y nadie quiere eso).
Corrí todo el muelle. Llegué justo, sudando pero sonriendo. Aliviado en mi cabina, me saco la ropa mojada y quiero secar mi billetera... que no estaba.
El corazón se me detuvo. Revisé todo. Nada.
Pensé: "Bueno, tengo tarjetas (las cancelo por la app), mi DNI argentino (lo renuevo en casa)... dentro de todo, no pasa na...".
¡AU!
En medio de la ducha, el recordatorio me golpeó como un balde de agua fría (además del que ya tenía encima): ¡EL I-95 ESTABA EN ESA BILLETERA!
Literalmente, sentí que el piso se abría bajo mis pies. No solo tenía que hablar con el capitán por llegar justo, sino que ahora tenía que reportar la pérdida del documento más importante, sabiendo que no volvíamos a St. Thomas en ese contrato. La billetera, y con ella mi identidad legal fuera del barco, se había quedado en algún lugar entre la arena caribeña y el fondo de una piscina de bar.
¿Qué pasó después? Cómo solucioné este lío, las llamadas desesperadas, la encomienda que organicé, la entrevista con el oficial de CBP... te lo dejo para la próxima entrega. Prometo contarte cada detalle.
La lección (por si no quedó claro):
El I-95 es tu pasaporte temporal. Trátalo con más cuidado que tu teléfono.
Sacale una foto en cuanto lo recibas. Guárdala en la nube, en el email, en todos lados.
Nunca lo lleves suelto. Usá un portadocumentos o una funda plástica (y no en el bolsillo del pantalón de baño mojado, obviamente).
Si trabajás en cruceros, esta es tu realidad. Aprendé las reglas administrativas antes de que te jueguen en contra.
El mar enseña muchas cosas: algunas sobre la vida, otras sobre la supervivencia. Y esta, definitivamente, fue una lección de supervivencia administrativa que nunca, nunca olvidaré.
Un abrazo (y revisen sus documentos),
Juan.
