La orden de mi jefe: "¡Salí de acá y andá a la playa!" (y por qué fue lo mejor que me pasó)

¡Hola, gente! Hoy les voy a contar la primera vez que entendí de verdad uno de los motivos secretos por los que estaba en un crucero. Y no, no fue en mi puesto de trabajo, sino en una playa de Bahamas, gracias a una orden directa de mi jefe.

Juan - Ex-Adicto al Manual, Actual Turista por Obligación (y por Salud Mental)

11/29/20253 min read

Llevaba cinco días a bordo. El barco ya había parado en varios puertos, pero yo los miraba desde la ventana como si fueran un protector de pantalla. Mi cabeza era un disco rayado con una sola canción: "Aprender, aprender, aprender".

Mi puesto era el de Guest Services Associate (algo así como recepcionista general). Y déjenme decirles, es un puesto que te exige ser una enciclopedia humana con patas. Tienes que saber de todo:

  • Horarios de salida y llegada.

  • Pronóstico del tiempo.

  • Qué promociones están vigentes y sus mil letras chiquitas.

  • Coordinar con Alimentos y Bebidas, Recreación, Pisos... ¡hasta con el puente de mando!

Era tanta información que me abrumaba. Mi estrategia era encerrarme en mi burbuja. "Bajaré en un mes, cuando me acomode", me decía. "Tengo seis meses de contrato, hay tiempo". Prefería usar mis horas libres para dormir o, lo admito, releer el manual para sentirme más preparado. Un tipazo, ¿no?

Hasta que llegó el quinto día. Mi supervisor, Johnny, un filipino con casi 15 años en cruceros (¡una leyenda!), me vio la cara de cansancio y me soltó la bomba:

—Juan, ¿ya conocés Nassau? Es la segunda vez que venimos. Tenés que conocer el puerto.

—No, la verdad es que no me doy ese lujo —le contesté—. Uso el tiempo para repasar el manual o dormir.

Y entonces me dio una de las lecciones más grandes de mi carrera náutica. Me miró serio y me dijo:

Tenés que bajar. Lo necesitás por tu salud mental. Y porque necesito que, cuando un huésped te pregunte, sepas de qué estás hablando. Hoy tenés tres horas libres. Te voy a dar una más. Hoy bajás."

Era una orden. No tenía opción.

Mi Misión (Imposible): Encontrar Junkanoo Beach

A las 2 de la tarde, con cuatro horas de libertad, salí como un zombi hacia la desconocida Nassau. No sabía si llevar mochila, agua, ni a dónde ir. En el pasillo me encontré con una compañera y le pregunté, casi desesperado: "¿Qué hay para ver?".

—"Tenés Junkanoo Beach, a cinco cuadras".

Bajé y me encontré con el caos maravilloso de Nassau: calor, tambores caribeños, gente ofreciendo tours por todos lados. Caminé sin rumbo, sin ver un solo indicio de playa. Hasta que me metí en un drugstore, agarré una cerveza y, al pagar, le pregunté al dependiente:

—"¿Dónde está Junkanoo Beach?".

Me contestó con un inglés caribeño que sonaba a música, pero del cual solo entendí "five streets" (cinco calles). ¡Era algo! Caminé esas cinco calles hasta que, de repente, el aire empezó a oler a mar, la música se hizo más fuerte y la gente llevaba sillas y toallas.

El Cable Desconectado: La Revelación en la Arena Blanca

Y ahí la vi. Como un argentino que nunca había salido del país, ver Junkanoo Beach con mis propios ojos fue un golpe directo al corazón. El mar cristalino, la arena blanca, el cielo espléndido... Es difícil de explicar. Uno lo ve en fotos, pero hasta que no estás ahí, no entendés nada.

Y en ese momento, click. Entendí todo lo que Johnny me había dicho.

Esos cinco días había estado enchufado al 120% en el trabajo, sin desconectar ni un segundo, preocupado por cada mínimo error. Esas cinco cuadras que caminé hasta la playa fueron como desconectar un cable de la pared. Mi mente se reinició por completo.

Me di cuenta de que:

  1. La desconexión no es un lujo, es una necesidad. Sin ella, te quemás. Y un tripulante quemado no sirve a nadie.

  2. Johnny, en sus inicios, también fue el nuevo asustado. Alguien le tuvo que poner una mano en el hombro y decirle "andá". Esta es una cadena de solidaridad que se repite entre tripulantes.

  3. Todos, desde el nuevo hasta el capitán, somos seres humanos lejos de casa. Todos necesitamos bajar, respirar y recordar la belleza del mundo por el que navegamos.

A veces, la lección más importante no está en el manual. Está en la playa, esperándote con una cerveza fría y la orden de un buen jefe que sabe que, para ser un mejor tripulante, a veces hay que dejar de serlo por unas horas.

¡Hasta la próxima!
Juan.