Mi primer día a bordo: O cómo perderme 6 veces me llevó a encontrar mi lugar en el mundo
¡Hola, gente! Soy Juan, el argentino que se subió a un avión con más dudas que inglés en la cabeza y terminó encontrando su vocación en medio del océano. Hoy les voy a contar sobre MI PRIMER DÍA a bordo. Agarren un mate virtual, que la cosa se pone intensa.


Nunca me voy a olvidar: después de tres meses de esperar por una asignación, ¡por fin llegó el mail! El 12 de agosto tenía que estar en Miami. ¿El pequeño detalle? ¡No tenía ni la visa! Pero bue, eso es otra historia.
De Argentina a Miami: El Vuelo de los Nervios
Mi primer vuelo internacional fue… una película de terror comedía. Iba repasando inglés, simulando que miraba una peli (en realidad no veía nada), y repitiendo mentalmente: “¿cómo digo esto? ¿cómo digo aquello?”. Llegué a Miami, con sus carteles gigantes, y logré llegar al punto donde me recogieron para el hotel. Al otro día, a las 7, otra van me llevaría al puerto.
En el hotel, empecé a notar algo: ¡todos parecían tripulantes! Mi teoría se confirmó al día siguiente: el lugar estaba lleno de gente. Estaban los que sonreían mucho (esos ya sabían dónde estaban parados) y los que, como yo, tenían cara de “¿qué estoy haciendo aquí?”. Éramos los nuevos, los que estábamos por entrar a un mundo completamente nuevo.
El Monstruo Flotante y el Hombre Misterioso
La van nos llevó 40 minutos hasta el puerto. Y ahí los vi: los monstruos. Esos monstruos flotantes que son los cruceros. Había como cuatro, pero logré identificar el mío (tenía el logo de mi empresa, por suerte).
Hacemos la fila, abordo, y ni bien piso la pasarela me dan: una carpeta con papeles, y mi ID. Una tarjeta plástica con mi nombre. “This is your ID number, remember this, you will need it, you will need it, remember please”. Yo asentía como si entendiera todo, pero en mi cabeza era un “ok, ok, ¿y ahora?”.
Luego, un papel que decía: “your cabin is 30163, deck 2, staircase 32”. ¿¡Qué!? ¿Escalera 32? ¿Dónde queda la escalera 32? ¿Piso 2? ¿Será para abajo? ¿En qué piso estoy? Y otra indicación: “espera acá por Jhony”. ¿Quién es Jhony? ¡No sabía ni a quién esperar!
De repente, aparece un tipo: “Are you Juan? Come with me”. “Are you Johny?”. “Yes I am. Let’s go”. Y ahí empezó el tour: seguí la espalda de Jhony por un laberinto de escaleras y pasillos. Bajamos, subimos, caminamos… hasta que llegamos a mi habitación. “This is your cabin”. Dejé mi equipaje y seguimos: más escaleras, más pasillos. “Esta es tu oficina, pero tenés que volver a las 5”. ¿¡Qué hora es!? Eran las 2:30. Yo había subido a las 9 de la mañana. El tiempo… volaba.
El Momento Mágico: La Sonrisa en Medio del Mar
Después de más indicaciones (y bastante estrés, no les miento), Jhony me dijo: “Andá a comer, buscá tu uniforme, solo podes retirarlo de 2 a 4H, bañate, ponete el uniforme y volvé para las 6”. ¿Hora? Las 3. “Voy”, dije. ¿Para dónde? Me perdí TRES VECES. Pregunté indicaciones, y me volví a perder OTRAS TRES VECES. Pasillos, escaleras, gente, equipaje por todos lados… un caos.
Hasta que llegó el primer punto de inflexión del día. En una de mis caminatas perdidas, pasé por un portón grande que estaba abierto (después supe que en navegación se mantiene cerrado). Miré sin querer… y no veía tierra. ¡Estábamos en pleno mar y yo no me había dado cuenta de que ya estábamos navegando!
Ahí, una sonrisa gigante se me dibujó en la cara. Recordé toda la ilusión que tenía por navegar, por trabajar a bordo. Toda esa emoción se me había ido en el estrés de las indicaciones y la novedad, pero en ese momento volvió con fuerza. “¡Estamos navegando! Qué hermoso”. Y supe que al día siguiente iría a un lugar donde nunca había estado. ¡La emoción era real!
El Uniforme y el Encuentro que lo Cambió Todo
Con el poco tiempo que me quedaba, fui a buscar el uniforme. Una fila enorme. Una hora esperando. “¿Qué talle sos de pantalón?”. “Creo que 34”. “¿De saco?”. “M… creo que M”. Me dieron todo: zapatos, cinto, dos camisas, una corbata. “Mañana vení a buscar más camisas si necesitás”.
Salí corriendo. ¿Dónde era el comedor? Me bañé, me puse el uniforme (no me quedaba tan bien, pero bue), y con 20 minutos para comer, llegué al comedor.
Y ahí pasó el SEGUNDO punto de inflexión, el que no me olvido más.
Vi a una chica sentada, con un lenguaje corporal, una expresión… algo familiar. Una cara que sentía que conocía, pero nunca la había visto. Y yo, que no soy para nada extrovertido, por alguna fuerza misteriosa, decidí acercarme.
Antes de decir la primera palabra, miré el nombre que teníamos en el pecho, junto con la bandera de nacionalidad. Decía “Pilar” y la bandera era… ¡de Argentina!
“¡Ay, qué bueno encontrar a alguien de Argentina!”, le dije. Y en ese momento recordé algo que me habían dicho antes de subir: “A bordo te vas a encontrar con personas muy buenas, vas a encontrar tu segunda familia. Y es lo que te va a salvar durante todo tu contrato: las personas”.
Y así, entre pérdidas, un uniforme que no me quedaba perfecto y un mar infinito, empezó todo. La aventura, los amigos, y la certeza de que había encontrado mi lugar en el mundo.
Abrazo grande,
Juan.
